Camino de Olivenza segunda parte del viaje

Un viaje por Olivenza: Entre recuerdos y paisajes abandonados

En la semana anterior dejé mi artículo a medias, y hoy decido retomarlo, esta vez en un recorrido por los caminos que llevan a Olivenza. Mi plan inicial era visitar la iglesia de la Magdalena, pero en lugar de llegar al destino planeado, me quedé absorto en el trayecto. Para mí, el camino es tan importante como la meta.

Al comenzar el recorrido, observo el paisaje vacío que me rodea. Apenas hay signos de vida en los campos, con la excepción de algún tractor que remueve la tierra y un hombre solitario vestido con un mono azul que revisa su huerto, llevando un melón bajo el brazo. Decido desviarme un poco y parar el coche al ver una casa abandonada. Me gusta fotografiar lugares olvidados, estructuras que cuentan historias a través de su desolación.

Este hábito me recuerda a José María Ballester, presidente de la AFE, quien también es un apasionado de la fotografía de casas abandonadas. En su última exposición en la sala de la Fundación CB de Badajoz, presentó imágenes de hogares desiertos, capturando su historia y el eco de las vidas que alguna vez albergaron. Me atrae esta misma nostalgia: casas que han tenido una historia, que han sido habitadas por personas con sueños, sacrificios y alegrías, y que ahora son simples ruinas, disparando la imaginación de los curiosos.

San Francisco: un pueblo de 400 habitantes

Continuando mi camino, llego a San Francisco, una pequeña pedanía de Olivenza con alrededor de 400 habitantes. Es un lugar tranquilo, casi desértico. Al llegar, veo la iglesia del pueblo en la plaza principal, donde apenas unos pocos feligreses, en su mayoría mujeres, asisten a la misa. La plaza es pequeña, con una fuente en el centro y macetas con flores tristes que añaden un aire de melancolía.

Paseo por las calles de San Francisco y observo los todoterrenos y SUV aparcados junto a utilitarios más modestos. A pesar de su escasa población, es un lugar donde se percibe la dificultad de vivir, especialmente para las personas mayores, que deben lidiar con las empinadas cuestas del pueblo. Mientras camino, me encuentro con unas gallinas que entran y salen de una puerta falsa, añadiendo un toque pintoresco al paisaje.

En mi recorrido, descubro un pequeño bar, uno de los pocos que aún sigue abierto. Los bares en pueblos como San Francisco son vitales para mantener la vida social, proporcionando un lugar donde los habitantes pueden combatir la soledad y compartir historias. Las autoridades locales están tratando de evitar el cierre de estos negocios, ofreciendo ayudas para que vuelvan a abrir. En este caso, el bar es un refugio para los que viven solos, un lugar de encuentro y conversación.

El esfuerzo por salvar los pueblos pequeños

El abandono de los pueblos pequeños es un problema creciente en la región, y la Junta ha puesto en marcha un programa que ofrece subvenciones de hasta 15.000 euros a aquellos que decidan instalarse en localidades con menos de 50 habitantes. Esta iniciativa busca atraer a nómadas digitales y personas que trabajen remotamente, con la esperanza de revitalizar estas áreas antes de que desaparezcan por completo.

Un desvío hacia Olivenza: Hotel Heredero y la iglesia de la Magdalena

Después de explorar San Francisco, retomo mi camino hacia Olivenza. En mi trayecto, paso por lugares icónicos como el Hotel Heredero, el restaurante Los Amigos y el recinto deportivo Ramón Rocha, aunque algunos ya han cerrado sus puertas. Llego finalmente a la iglesia de la Magdalena, un lugar imponente con sus majestuosas columnas. Al entrar, siento una paz abrumadora mientras admiro el silencio y la belleza de sus techos altos. Las sombras reflejadas en el suelo crean una atmósfera de tranquilidad, invitando a la contemplación.

Este lugar me recuerda a las iglesias barrocas de Zamora, con una serenidad que envuelve todos los sentidos. Aquí, en la Magdalena, las horas pasan despacio, en un vaivén entre lo sagrado y lo mundano.

Recuerdos en las calles de Olivenza

Al salir de la iglesia, continúo mi paseo por las calles de Olivenza. Me acompaña Mijita, con quien comparto una conversación mientras caminamos por la peatonal Moreno Nieto. Seguimos por el paseo chico, recordando los tiempos pasados. En este mismo lugar, tantas veces cruzado, aún resuenan los ecos de nuestra juventud. Paso junto al bar «Con Basta», antes conocido como el Fofo, donde solían servirse raciones de mollejas.

La discoteca «El Chacha» y los recuerdos de juventud

Uno de los recuerdos más vivos que tengo de Olivenza es la discoteca «El Chacha». Era el lugar donde, de adolescentes, nos reuníamos con amigos después del instituto. Bailábamos con nuestra ropa ajustada y tímida, descubriendo poco a poco los misterios de la vida nocturna. En aquel entonces, todo parecía un ritual de iniciación, desde las vueltas en la pista hasta las conversaciones a media voz.

Con los años, las vueltas que dio la vida nos alejaron de esos momentos, pero el recuerdo sigue ahí, en las calles, en los bares y en las esquinas de la plaza.

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