Verano en Badajoz

JuanMa Cardoso recomienda películas para el verano en este artículo:

En este tiempo me dejo llevar por pelis que veo una y otra vez, películas que me relajan, me transportan o me hacen feliz

Los veranos están asociados a muchas cosas que, generalmente, tienen que ver con el pasado muy remoto o momentos felices, aunque no siempre: un amor (y ahí lo dejo), una playa (La Antilla o Zahara), un campamento (Chipiona), una ciudad (Denia), un libro (Jane Eyre), una despedida (¿aún sigues conmigo?), un gesto (mi madre mirando al mar en Viveiro y echándose, con su mano derecha, el pelo hacia atrás), un rostro (fundido en negro), una comida (en Bolonia, Las Redes, una tradición que debió llegar mucho antes), una excursión (a los lagos de Enol), una canción (Hotel California, que tanto la bailamos), un hotel (el Waldorf, sin duda) o un cine de verano (el de Santa Marina, en el fosso del Baluarte de Santiago, en el que los jueves por la noche Miguel, Rodilla en la calle Regino de Miguel, vendía polos y pipas, mientras veíamos una de romanos). En verano, más allá del ocio dinámico o la serie Verano azul, dos recuerdos de leyenda, me dejo llevar por pelis que veo una y otra vez, películas que me relajan, me transportan o me hacen feliz. Me gusta el buen rollo (Mamma mia, Vacaciones en Roma, la espléndida Vacaciones de Ferragosto, de la mano del inefable Gianni, o Bajo el sol de la Toscana, que uno asocia por aquello de llevarme, de nuevo, a Positano), paisaje lejano junto al mar de Italia; las aventuras adolescentes o juveniles que nunca tuve (o las tuve solo en sueños o las tuve y me da miedo recordar de Verano del 42, Le llaman Bodhi, Los Goonies, Cuenta conmigo o cualquiera de las versiones de Tú y yo, aunque prefiero la de Cary y Débora; y hablando de Cary y de Kate, Vivir para gozar y una del oeste que no falte (Misión de audaces, la Trilogía de la caballería: Fort Apache, La Legión invencible y Río Grande), como no faltaba a los protagonistas de Verano 70 (aquellos que eran veranos y no estos) o Amor a la española, entre tantos años setenta de cine español, cuando visitábamos en la pantalla la costa del sol, la tropical, la blanca, la dorada o la brava y, por supuesto, acompañando, después, a Colomo a isla bonita. Me gustan los veranos de Rohmer (Pauline en la playa, El rayo verde y Cuento de verano), aunque hablen demasiado, pero son deliciosos e ingenuos, como éramos, como seguimos siendo, o el de Bergman (Un verano con Mónica, doloroso e inquietante, las locuras de la Hepburn en Venecia, de Billy Wilder con Avanti (Ischia y bahía de Nápoles) y 1, 2, 3 (Berlín sin muro) de ese puñado de locos entrañables del mundo está loco, loco, loco, loco, Ratas a la carretera y últimos de Un pez llamado Wanda. También las road movies (sean Martin y Caine, Brandoy Niven) o esos planos sudorosos y expectantes del verano en La ventana indiscreta (con La mano). Necesito el negro rubio de la Stanwyck en Perdición y el negro español de la trilogía de El crack o las playas de García en la abuela o You’re the one y terminar agosto con Nada de julio esperando a Rock Hudson y a Gina Lollobrigida Cuando llegue septiembre.

No quería hablar de pelis y aquí he dejado 52.

 

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