El extremeño Álvaro Martín estrella en las olimpiadas
El campeón europeo, mundial y olímpico se distingue por su sensibilidad y combatividad, forjado también por los fracasos, que también los ha habido.
No tengo la fecha exacta, pero es parte de ese fenómeno que ocurre con la edad: recuerdas mejor lo que pasó hace 30 años que lo que ocurrió hace diez. Fue a finales de 2015 o principios de 2016, cuando pasé dos horas encerrado en un coche con un futuro campeón olímpico, dando vueltas por Cáceres. Hoy, en un día como este, es obligado escribir un perfil del protagonista del día y casi del año. Así que aquí está, aunque me apartaré un poco del camino clásico, como hace Álvaro Martín.
Había hablado con Álvaro varias veces por teléfono y habíamos establecido una buena relación. Me interesé por su carrera, aún incipiente, alrededor de 2010, cuando ya acumulaba varios campeonatos nacionales de marcha en categorías inferiores. En la hemeroteca estará aquella primera charla en la que me contó que al principio hacía cross y que una lesión de rodilla lo llevó a la marcha, guiado por el almendralejense Juan Méndez, quien le cambió la forma de correr.
En ese entonces, más o menos en 2010, era un joven despierto, algo nervioso porque no era común que un periodista lo llamara para conocer su vida. Compatibilizaba la vida casi eremítica de un atleta con cierto idealismo, ganas de cambiar las cosas, de desafiar algunas convenciones. Ya tenía claro que estudiaría Ciencias Políticas, acompañando su salto a Madrid en la residencia Blume. Su potencial era evidente y merecía explorar sus límites.
Cáceres fue elegida para organizar el Campeonato de España de 20 kilómetros marcha de 2016, en parte porque a ‘Alvarito’, como todos en el atletismo autonómico lo llaman, le emocionaba la idea de competir en Extremadura. Tanto fue así que, meses antes, él mismo planificó el diseño del circuito urbano junto a los responsables de la Federación Extremeña. No sé cómo terminé en aquel coche con su entonces secretario general, Pedro Talavera, y él, explorando posibles recorridos para los atletas. Nos conocimos en persona ese día, y fueron dos horas de conversaciones sobre atletismo, vida, historia, sociedad y, por supuesto, política. Nos reímos mucho, lo cual siempre es saludable, mientras debatíamos si pasar por Casa Plata o La Mejostilla era lo mejor, porque la prioridad era que el recorrido fuera lo más llano posible.
Aquel día, cuando todavía no era campeón de Europa, del mundo ni olímpico, entendí que Álvaro es un apasionado de Extremadura, una persona con una sensibilidad y combatividad increíbles. Alguien que, como él mismo dijo tras ganar el bronce individual en París, «sin ser un lumbreras», tiene una gran inteligencia.
Ahora todos celebran sus éxitos, pero su carrera también ha tenido fracasos y momentos dolorosos, recordando esa frase de Nietzsche que dice que «lo que no te mata, te hace más fuerte». Como niño prodigio, participó en sus primeros Juegos Olímpicos con 18 años, en Londres 2012, donde tras destacar al inicio, terminó agotado. Cuatro años después, en Río 2016, enfrentó una depresión tras un papel gris que lo mantuvo encerrado en sí mismo durante semanas. La oportunidad de reivindicarse llegó cinco años después, en los Juegos de Tokio, sin público, que ya parecen lejanos. Aunque terminó cuarto, una posición que es amargamente cercana a la medalla. Por eso, lo logrado en París estos días ha sido tan significativo.
La última vez que nos vimos fue en la noche del 7 de septiembre, cuando, sin ser él el premiado, fue protagonista en la entrega de las Medallas de Extremadura en Mérida. Como siempre, mostró una educación impecable, celebrando una normalidad que resulta embriagadora. Dentro de unas semanas recibirá su medalla. Nadie, absolutamente nadie, nos representa mejor a quienes hemos nacido o vivido aquí.
Álvaro Martín es alguien que busca cambiar las cosas desde abajo, con sus propias manos. Ha expresado públicamente que preferiría que el Día de Extremadura fuera el 25 de marzo, en conmemoración de la rebelión campesina de 1936, en lugar del 8 de septiembre, fecha vinculada a la Virgen de Guadalupe. Por supuesto, Álvaro ganó aquel campeonato en las calles de Cáceres.
No somos amigos, aunque me jacto—porque soy menos modesto que él—de decir que la admiración es mutua. Nos hemos visto pocas veces desde entonces, aunque de vez en cuando, claro, hay que entrevistarlo para el periódico, y él siempre está disponible. «Cuando tú quieras, tío», recuerdo de sus mensajes de WhatsApp del pasado diciembre, cuando ya era una estrella muy solicitada. Que otros tomen nota. Pero eso es casi lo mejor de él: lo poco que le importa estar en la cima del mundo, cómo relativiza todo, cómo minimiza su importancia en cada detalle. Un chico de Llerena que añadió una segunda carrera a Ciencias Políticas, la de Derecho.